Tenía 96 años y reinó 70. El anuncio de su muerte lo difundió el Palacio de Buckingham a través de un comunicado. La familia está en Balmoral (Escosia). El nuevo soberano hará un recorrido por cuatro días por el país. Serán 10 días de actos solemnes.
Desde 1960 la reina Isabel II tenía diseñado los preparativos milimétricamente orquestados para el día de su muerte. El pueblo británico los conocería bajo el nombre de Operación London Bridge y ayer tras el anuncio de su muerte a los 96 años, en su residencia de Balmoral (Escocia), se activó la llamada Operación Unicornio, otro mecanismo previsto que marca los pasos a seguir en Escocia para trasladar el cadáver de la monarca a Londres, donde se oficiaría el funeral.
Luego de 70 años en el trono, el Reino Unido tendrá un nuevo jefe de Estado y llevará el nombre de Carlos III. Asimismo, el himno nacional cambiará de God Save the Queen (Dios salve a la reina) a God Save the King (Dios salve al rey).
«El Reino Unido está devastado y en estado de conmoción por la muerte de la reina. Es un día de gran pérdida, pero la reina Isabel II deja un gran legado. Fue la roca del Reino Unido moderno, al acceder al trono después de la II Guerra Mundial. La corona pasa, como lo ha hecho durante más de mil años, a nuestro nuevo monarca, su majestad el rey Carlos III», agregó Liz Truss, quien asumió como primera ministra el pasado martes, en una declaración al país ante la residencia oficial de Downing Street.
Balmoral
El castillo de Balmoral, un remoto lugar en el interior de Escocia, era el rincón favorito de la reina Isabel II para el verano. Al conocerse su fallecimiento decenas de ciudadanos se acercaron al lugar y a unos 500 metros de la verja de entrada, custodiada por un policía, se apostaron periodistas que consiguieron llegar a tiempo después de que en la mañana los médicos informaran su «preocupación» por el estado de salud de la reina.
Hasta las puertas de Balmoral, para dar su último adiós, acudió Julie McEwan, quien se declaró profundamente religiosa, al igual que la monarca. «La considero parte de mi familia. Sirvió a su país, era una gran embajadora y me animó con su fe. Por eso estoy aquí. Es el ancla que nos mantenía a todos juntos».
Isabel era quizá la mayor figura viva del siglo XX. Para millones de personas ella fue la reina, a secas. La única que la mayoría de la gente había conocido, no solo en el Reino Unido, sino en todo el mundo. Su trascendencia entraba más en el terreno de lo simbólico que de lo político: fueron su silencio y su capacidad para ocultar sus opiniones o emociones los que le granjearon su reputación.
Su muerte no pilló a nadie por sorpresa. En los últimos meses apenas se le había visto en público, y exhibía una imagen frágil. Su último acto oficial fue la recepción a Truss en su amado castillo escocés de Balmoral, la morada favorita de su difunto marido Felipe. Su salud había caído, especialmente tras el fallecimiento el año pasado del duque de Edimburgo.
El nuevo rey, Carlos III, carece del cariño popular del que sí gozaba su madre. Y no es porque ésta fuera especialmente carismática. Su virtud, y también su trabajo, fue esencialmente ser y estar. Y fue y estuvo siete décadas, toda una vida, más que cualquier otro monarca coetáneo.